Post Top Ad


En otros tiempos, el 8 de diciembre día de la Inmaculada Concepción, los pueblos del Sinú siempre acostumbran a ponerle velas a la virgen, y a la vez pedirle un deseo. Los campesinos ribereños casi siempre pedían que hubiese subienda de bocachicos. Y en efecto, eso sucedía.


Cuentan los abuelos que eso ocurría a mediados del siglo pasado, y hasta los años 60, 70 y 80. De ahí para acá: la pesca indiscriminada, el uso de agroquímicos en plantaciones algodoneras y la contaminación con aguas negras a la Ciénaga Grande del Bajo Sinú, fueron acabando con las especies ícticas.


Pero la tapa, como afirman algunos especialistas, fue la construcción de la hidroeléctrica de Urrá, que empezó a funcionar por el año 2000. Con la construcción de dos túneles para desviar el río Sinú en la parte de la presa, los peces dejaron de subir a cumplir su ciclo de desove.


Con esa obra terminó de acabarse el bocachico en el Sinú, una de las especies más ricas y apetecidas. Tanto, que era el alimento preferido de estas poblaciones, donde la mayoría son de escasos recursos económicos.


El niño pescador


El niño Santiago, de uno 10 años, estaba acostumbrado a pescar casi todos los días, y en la fecha de Concepción, no fue la excepción.  A las 6:00 de la tarde de ese 8 de diciembre de 1975, después de haber puesto las velitas y pedir el deseo, tomó la atarraya y se fue pescar.


Esa tarde, junto a su familia se había comido el arroz limpio, porque no había liga para acompañarlo. Así que se fue pensando en que “Dios proveerá”, y que regresaría con muchos peces. La familia era de estrato 1.


Llegó a un puerto donde, en la parte de arriba estaba un árbol de guamo de mico. El puerto era utilizado por las reses del lugar para que bajaran a beber agua. El río había bajado y el líquido estaba quieto. A esa hora, ya había pasado la brisa de la tarde.


El infante pensó que ese era un puesto ideal y seguro, donde por lo regular nunca fallaba. Armó la atarraya y la lanzó con toda la fuerza al agua. Cuando el párvulo templó la pita de la red, sintió un gran peso que nunca había percibido.


Le dio cierto miedo porque creyó que podía ser un caimán de aguja, de esos que la abuela decía que existían en el Sinú, y que se lo podía comer a uno si se bañaba mucho en el río (pero mentira, era para que no se bañaran tanto en esas aguas).


El niño comenzó a jalar la atarraya, aunque a veces a la halaba y la soltaba un poco. Eso lo había aprendido de los pescadores de la región, que lo hacían para que los peces fueran buscando el seno de la red.


Siguió halando y cuando empezó a ver el cono de la red, donde va atada a la pita, se dio cuenta que la cantidad de peces era tan grande, que la atarraya venía completamente llena de bocachicos de 25 y 30 centímetros.


Ese día Santiago capturó un ciento de peces de un solo atarrayaso. Fue tan grande la abundancia de bocachicos que cogió, que enseguida mandó a buscar un costal, lo llenó, y se lo llevó con la abuela y otros familiares para la casa donde arreglaron los peces.


Pescado tres veces al día


En esa ocasión la familia ingería pescado tres veces al día. La abuela Tomasa Martínez preparaba al desayuno, una viuda de pescado, que servía en una mesa grande sobre hojas de plátano, acompañado de yuca y plátano maduro. Además, de un vaso de agua de panela.


En el almuerzo el sabrosísimo sancocho de pescado, bien paloteado y espeso con ñame, yuca y plátano. Además, no faltaba el arroz y una buena ensalada de las hortalizas del patio de la casa. En la cena comían pescado frito con arroz y ensalada.


El menor decía que el pescado era el único alimento que no lo fastidiaba. A la hora que le dieran un bocachico, no se lo despreciaba a nadie. Esa especie, además, de ser un excelente alimento, dicen que es afrodisiaco e incrementa la inteligencia en las personas.


Por lo menos, eso afirmaba el conocido escritor loriquero David Sánchez Juliao, cuando decía que, entre Montería y San Bernardo del Viento, a cada kilómetro, había una figura dedicada a la música, al deporte, a la pintura, a la poesía y a las distintas manifestaciones de las artes.


Y aseguraba que esos dotes de inteligencia se debían al consumo de pescado, pero sobre todo del bocachico; del cual también decía que es el símbolo de la rebeldía, puesto que puede tener hambre y ver toda clase de carnada en el anzuelo, y jamás lo pica.


El río se llenaba de canoas


Esos tiempos eran épocas en que el río Sinú se llenaba de canoas con pescadores cuando había la subienda. Cuentan los más viejos que subían por el río, detrás de la subienda, gente de San Sebastián, San Nicolás de Bari, La Palma, El Playón, y otras localidades de Lorica.


Eran unas 20 o 30 embarcaciones pequeñas de madera, que llegaban hasta Mata de Caña y desde ahí se regresaban e iban bajando tirando las atarrayas en las orillas y el centro del río.


Esa faena era todo un espectáculo, puesto que diez canoas hacían los tiros en cada orilla. Luego, se ponían de acuerdo para hacerlo en el centro de la corriente de agua.


Todos lanzaban la red al mismo tiempo. Luego, iban sacando lentamente la atarraya, donde venían bocachicos, bagres, cachamas, doradas, rubios y hasta barbudos.


En esa época, las especies que sacara a la red y tuvieran menos de 20 o 25 centímetros, eran regresadas al agua, porque había que protegerlos y dejarlos crecer para que más tarde hubiera alimento en el río.


La pesca de las canoas era como la pintura de un cuadro costumbrista decía uno de los abuelos de la región, que siempre por el mes de diciembre, recostaba desde bien temprano el tuburete en uno de los horcones de la casa, para observar las maravillas que realizan los pescadores del Bajo Sinú con sus atarrayas.


Era la abundancia de una época que los sinuanos esperan con ansiedad que vuelva a suceder para que, en las riberas del río, y otras zonas, no se pase tanta hambre como sucede en la actualidad.


Pero contrario a lo ocurrido en la novela ‘El viejo y el mar’ de Ernest Hemingway. El menor no tuvo que esperar 84 días para cazar un pez. De un solo atarrayaso, logró capturar un ciento de peces que alcanzó para la familia y para regalar a los vecinos.


Por Domingo Cogollo Narváez


Entre.Ríos.co (Crónica)



No hay comentarios:

Publicar un comentario

Post Top Ad