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Por: Marcos Daniel Pineda García.


Tan diversa como compleja, así es Colombia, la misma cuyo territorio incluye picos nevados, desiertos secos y salados, selvas tropicales, bosques secos, fríos páramos, dos mares, centenares de ríos, crudos inviernos y veranos extremos.


Un país en el que se mezclan todas y cada una de las tonalidades de piel que ofrece la raza humana, así como las culturas y tradiciones ancestrales provenientes también de otras geografías, arraigadas y adoptadas en otros tiempos, y que hoy hacen parte de aquello a lo que llamamos nuestro.


Algunos pensarán que es muy difícil gobernar en medio de tantas diferencias, y ha sido eso quizá lo que ha llevado a uno de los errores históricos más grandes y recurrentes desde la independencia; la desconexión con sus regiones, el creer que todo se puede ordenar desde un frío escritorio en la capital, sin necesidad de escuchar, de aprender, reconocer y entender los diferentes matices y retos de las diferentes territorios que conforman al país.


Mucho se ha hablado del “cambio” que Colombia necesita; casi podría decirse que esa palabra ha estado en todos los discursos de gobierno desde que tenemos memoria. Pero, qué tal si en lugar de pensar en un viraje ideológico o de color político de quien ocupe la Casa de Nariño, pensamos en un cambio hacia un enfoque regional, en el que así como hemos propendido por el progreso de las grandes capitales, trabajemos por el desarrollo de aquellos pequeños pueblos y ciudades rezagados en el tiempo.


El reto es sintonizar las decisiones gubernamentales con las realidades locales, para traducirlas en soluciones a los problemas más apremiantes de los territorios, en resultados reales, que la ciudadanía vuelva a creer en una dirigencia que no solo aparezca cada cuatro años en época de campaña, sino que dé la cara constantemente y trabaje hombro a hombro en la construcción de un mejor país para todos.


Territorios con más oportunidades en educación y en crecimiento económico, así como en el mejoramiento de la calidad de vida de sus habitantes, con acceso a salud de calidad, saneamiento básico y servicios públicos. Donde el campo sea más productivo, con mayor competitividad, tecnificado, asociativo. Municipios sostenibles con un desarrollo diferencial basado en sus ventajas comparativas.


El alma de Colombia son sus regiones. Nuestro país necesita entrar en una nueva era, en la que se valoren sus verdaderas riquezas y sus diferencias: la era de las regiones.

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