La orden de secuestrar fue dada por el temido narcotraficante Diego Rastrojo, como medida de presión para saldar una supuesta deuda de más de 37.000 millones de pesos. |
El secuestro del niño Lyan José Hortúa Bonilla, ocurrido el pasado 3 de mayo en Jamundí (Valle del Cauca), no fue un rapto común, según revelaron fuentes oficiales y organismos de derechos humanos a SEMANA. En realidad, se trató de una vendetta entre poderosos capos del narcotráfico.
La orden de secuestrar fue dada por el temido narcotraficante Diego Rastrojo, como medida de presión para saldar una supuesta deuda de más de 37.000 millones de pesos. El blanco era Angie Bonilla, madre del menor, o su padrastro Jorsuar Suárez. Al no encontrarlos, los criminales —presuntamente miembros de la disidencia Jaime Martínez— se llevaron al niño de 11 años. “Fue un error”, reconoció el grupo.
Según fuentes oficiales, Bonilla habría sido testaferra de Rastrojo y de su expareja, José Leonardo Hortúa, alias Mascota, padre de Lyan, asesinado en 2013. Tras la muerte de Mascota y la captura de Rastrojo, los bienes que dejaron habrían desaparecido. Este desfalco habría detonado la orden de secuestro.
El secuestro de Lyan sacudió a los grandes capos del Valle. Personajes como alias Alacrán, Guacamayo y Pipe Tuluá intentaron mediar desde la cárcel, aunque sin éxito. La prioridad era que no se atentara contra la vida del menor. “Si al niño le pasa algo, se nos cae la ciudad”, dijo un alto oficial en Cali.
Durante el cautiverio, se permitió el envío de medicamentos y contacto por videollamadas. El padrastro reveló: “Hablamos en un par de ocasiones. A él lo tuvieron amarrado los primeros cuatro días”. También negó vínculos ilegales: “Tengo mi empresa de joyería hace 12 años y todo es legal”.
La Policía confirmó a SEMANA que no realizaron operativos de rescate debido al peso del conflicto entre bandas. La intervención de algunos organismos de derechos humanos también fue limitada por la magnitud del caso.
Alias Mascota, el padre de Lyan, era conocido como el Mochacabezas por su presunta crueldad. Fue uno de los hombres de confianza de Rastrojo y mentor de varios criminales de alto perfil. Su asesinato y el manejo posterior de los bienes por Angie Bonilla habrían originado el conflicto.
La historia revela cómo un error en una operación criminal terminó poniendo en vilo a toda una región, y cómo el crimen organizado sigue operando con poder e impunidad en el suroccidente colombiano.
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