El Programa de Ciencia y Seguridad Global de la Universidad de Princeton hizo en 2019 una simulación de cómo sería una confrontación nuclear entre Rusia y Estados Unidos.
Enfrentamiento que, por supuesto, involucraría a numerosos países (principalmente aquellos con bases de la OTAN).
Estudios adelantados por la Universidad de Princeton calcula que, en total, una guerra nuclear a gran escala provocaría 91’5 millones de víctimas. En apenas cuatro o cinco horas, podrían producirse, según dichos cálculos, 34’1 millones de muertes y heridas a 57’4 millones de personas. El paisaje sería tan desolador como el de Hiroshima en 1945, cuando una bomba atómica estadounidense redujo una ciudad a ruinas. Murieron unas 80.000 personas y otras 70.000 resultaron heridas. Las muertes por efecto de la radiación continuarían sumando víctimas durante años.
Según esta simulación, Rusia atacaría primero con unas 300 ojivas nucleares misiles de corto alcance las bases europeas de la OTAN y la OTAN respondería con 180 cabezas nucleares disparadas contra objetivos rusos. En esa primera ofensiva y contraofensiva, se producirían 2’6 millones de víctimas en tres horas.
Pero no habría gran diferencia si fueran los Estados Unidos los primeros en lanzar bombas nucleares. La simulación se basa en datos de cómo está programada la defensa de OTAN y Rusia en caso de conflagración. El margen de maniobra en una guerra nuclear es muy estrecho: todo está programado técnicamente y no hay tiempo para detener la hecatombe.
La simulación plantea que, con Europa destruida, Estados Unidos lanzaría un gran ataque con hasta 600 misiles nucleares (desde suelo estadounidense y desde submarinos) que acabasen con la fuerza nuclear rusa. Sin embargo, Rusia podría contraatacar con misiles lanzados desde silos, fuerzas móviles y submarinos. Ese segundo capítulo de la guerra nuclear generaría en sólo 45 minutos hasta 3’4 millones de víctimas.
Para evitar la recuperación del adversario (siempre según la simulación elaborada en la Universidad de Princeton) tanto la OTAN como Rusia lanzarían ataques nucleares a poblaciones de importancia económica y estratégica. La devastación atómica afectaría en esta fase, a 85’3 millones de seres humanos en tan solo 45 minutos.
Es la filosofía en la que se basó la frágil paz de la Guerra Fría entre Estados Unidos y Rusia: la “destrucción mutua asegurada” (mutually assured destruction o MAD). Se contaba con que ningún bando apretase el botón nuclear ya que nadie ganaría.
La máquina del juicio final
Los cinéfilos recordarán a la “Máquina del juicio final” del clásico de Stanley Kubrick ‘¿Teléfono rojo? Volamos a Moscú’, un superordenador programado para iniciar un ataque nuclear masivo en caso de que Estados Unidos comience la guerra. Un reportaje de 2009 de NPR, la radio pública estadounidense, confirmaba que dicho dispositivo existió y todavía funciona. Sin embargo, la realidad no suele tener giros de guión tan benignos cuando las guerras se ponen en marcha. Un conflicto armado (véase Afganistán o Irak) se sabe cómo comienza pero no de qué manera ni cuando acaba.
El terror al apocalipsis nuclear estuvo muy presente en los 80 del pasado siglo XX. ¿Volveremos a ese escenario? ¿Salir de la pandemia para ir hacia un escenario bélico? ¿Y los “felices 20” que nos habían prometido? De momento, la guerra nuclear se desarrolla sólo en una simulación de Princeton que, esperamos, no se convierta en trágica realidad.
Tomado: Revista Semana.
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