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 Por: Marcos Daniel Pineda García


Un primero de mayo no podría escribir de algo distinto: Montería, mi tierra.  Un pueblo que en sus 244 años de historia, pasó a ser una ciudad, hoy convertida en capital-región y que a pesar  de su empuje y auge, conserva su alma de pueblo.
 



Mientras Montería sigue creciendo en infraestructura, tecnología, academia, ciencia y economía, se conservan muchas costumbres de siempre, porque hasta el más importante ejecutivo, no ve la hora de llegar a casa para disfrutar de una buena tertulia de terraza o balcón en compañía de la familia y los vecinos, disfrutando una buena taza de Café Córdoba. Vivimos en una ciudad que a pesar de la convulsión de estos tiempos, aún guarda la magia de la hermandad, del compadrazgo, del saludo con un grito a lo lejos y del abrazo fraterno con palmadas en la espalda y carcajadas a pecho abierto.




Hoy tenemos parques urbanos y rurales en los que los niños aún juegan bolita de cristal en tiempos de verano y elevan barriletes aprovechando las brisas de marzo, pero también contamos con espacios deportivos para todo tipo de disciplinas profesionales, como la Villa Olímpica y uno de los mejores estadios de béisbol de la región.




Aunque tenemos grandes centros comerciales y almacenes de cadena, contamos también con la confianza del tendero de la esquina, como Raúl, “El Flaco” de mi barrio, quien todavía me fía a mí y a muchos vecinos y quien mientras estuve enfermo, nunca me cobró. Una ciudad que disfruta de eventos tan grandes como el Reinado Internacional de la Ganadería, la Primera División del Fútbol Profesional, el Torneo de Béisbol Profesional y la Feria de la Lectura: Un Río de Libros, entre otros, pero aún conserva celebraciones tradicionales como el Festival del Dulce en Semana Santa, el Festival del Bollo Dulce en Mocarí y muchos más. 




Viví fuera de Montería y entendí por qué tantas personas que hemos tenido la oportunidad de estar en otras ciudades de Colombia y fuera de ella, siempre queremos regresar: porque falta el alma de los entornos agradables y cálidos que a todos nos dan felicidad, el sentimiento de hogar lleno de diálogo fraternal y ni qué decir del inigualable sazón sinuano. Los monterianos hemos aprendido a combinar el encanto del querido pueblo de siempre con el atractivo de la ciudad que emerge y sorprende, de tal manera que disfrutamos de lo primero y aprovechamos las oportunidades de lo segundo. 




En el libro El Triunfo de las Ciudades, su autor Edward Glaser, afirma que el éxito de estas se logra cuando alcanzan a ofrecer el mayor número de bienes y servicios. Así ha venido ocurriendo en nuestra Tierra de Ensueño, que se ha convertido en epicentro de 73 municipios repartidos en Córdoba, Sucre, Urabá y el Bajo Cauca antioqueño; desde allí, son cada vez más los que acuden a Montería por la creciente actividad comercial y la oferta de educación, salud, empleo, entretenimiento y turismo.



Pero el triunfo no debe ser solo de las ciudades, también debe ser del ciudadano, y se alcanza cuando somos felices de vivir donde estamos y gozamos del calor humano y la solidaridad de quienes nos rodean y de todo aquello que hace que los monterianos conservemos nuestra alma de pueblo, mientras esperamos que siga creciendo el espíritu de ciudad.











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