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Columna de opinión del rector de la Universidad de Córdoba, Jairo Torres Oviedo.


En los años 80, América Latina entra en un proceso de transición democrática; resultado de superar los regímenes dictatoriales. Transición que permite comprender, no solo las debilidades institucionales, sino los modelos, pensamientos y formas de gobierno que han regido en el espectro político: Izquierda y Derecha. Ambos modelos, con un ideario político y programático han gobernado en países latinoamericanos a través del apoyo popular; es decir, por las vías democráticas. Pero en las últimas décadas ha surgido una narrativa política centrada en la mutua satanización; reproduciendo y continuando con lo practicado en la guerra fría.


Dando una mirada teórica a la comprensión de estas conceptualizaciones, es común leer y escuchar ataques, críticas feroces y agresivas a la izquierda; que pareciera no tratarse de una corriente política, sino de un ángel del demonio. Esta mirada y reproche proviene de considerar a la izquierda como irracional, inútil, perversa, corrupta, autoritaria y criminal. Igualmente, se argumenta que es necesaria para el funcionamiento de un sistema democrático. Aquí encontramos una de las paradojas de quienes defienden este discurso al tratar de considerar que se necesita para la democracia, algo que se considera inmoral y criminal. Este es un debate permanente que lleva más de cien años alrededor de la esencia de la izquierda; debate abierto, diverso y sin acuerdos. Una de las razones que explican este disenso, es que, el concepto tiene un carácter histórico y carece de contenido único; en consecuencia, es un concepto polisémico, es decir, abierto a la interpretación. Derecha o izquierda, dice Bobbio, no son palabras que designen contenidos fijados de una vez para siempre. Pueden designar diferentes contenidos según los tiempos y las situaciones. Veamos las narrativas históricas construida y la contradicción y discusión alrededor de la izquierda y la derecha: 


Las determinaciones izquierdas y derechas aplicadas al lenguaje político proceden de la ubicación de los diputados en la asamblea nacional francesa durante los años de la revolución; a la derecha de la presidencia se sentaba la nobleza, porque de acuerdo con los protocolos, la derecha es el lugar de la preeminencia. En el mito griego, la izquierda es la mano con la que Cronos agarra los órganos genitales de su padre Urano para castrarlo por orden de su madre Gea. También podemos hacer memoria de los evangelios, cuando cristo dice que el día del juicio final, los justos se sentarán a su derecha, y los injusto a  la izquierda ( Mt, 25, 31); podemos describir una amplia narrativa donde se asocia la izquierda con lo impropio, desviado y siniestro, y la derecha, todo lo recto, bien hecho, adecuado, ordenado y legal; incluso, no se olvide que hasta hace poco se corregía a los niños zurdos para que no se acostumbraran al mal hábito de usar la mano izquierda; porque la destreza está en la derecha. Toda esta narrativa tradicional permite encontrar el origen y explicación de irracionales creencias; que en el debate político predominan y defienden. Interpretar estos conceptos desde una mirada reduccionista y descalificadora; con la cual se ha construido un discurso o narrativa política, ha generado un empobrecimiento del debate político y una anulación del contradictor, que en la práctica crea todo tipo de violencia. 


Las democracias se enriquecen y fortalecen desde la pluralidad y diversidad de expresiones y pensamientos; que deben ser protegidas de cualquier tipo de vulneración o exclusión; aunque, la política practica es el escenario donde no hay reglas; que, como señala Foucault, quizá habría que invertir la famosa propuesta de Clausewitz, afirmando que es la continuación de la guerra por otros medios. Colombia transita por un terreno negacionista, descalificador y de mutua satanización; que se convierte en una de las formas contemporáneas de cómo mueren las democracias.

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