En la mañana del lunes 6 de julio de 2020, un vehículo cargado con 5.950 galones de gasolina se volcó en el kilómetro 47 de la vía Ciénaga - Barranquilla, en inmediaciones de Tasajera, un corregimiento de Puebloviejo (Magdalena).
La escena fue escalofriante: hombres desnudos corriendo y dando alaridos de dolor mientras la piel les descolgaba. Otros hombres, abrazados por el fuego y revolcándose en el suelo o en el lodo intentando calmar las llamas. También se veían algunos cadáveres en el piso, reducidos a cenizas.
Un año después, periodistas recorrieron el lugar y hablaron los sobrevivientes y con familiares de las víctimas fatales. "Ese día perdí a mis compadres, a mis amigos, con cada paso hacia ese lugar llega un recuerdo nuevo que pesa", contó Jorge Orozco, de 28 años, quien estuvo en el momento de la tragedia.
Después de pasar un mes en una clínica de Barranquilla con graves quemaduras, José de Jesús Ibáñez Cahuana estuvo a punto de darse por vencido, pero un premonitorio sueño le dio la fuerza que necesitaba para luchar por su recuperación.
La mañana del trágico accidente, el joven de 22 años estaba en el mercado de pescados preocupado por las bajas ventas debido a la covid-19.
Por eso al enterarse del volcamiento del camión cisterna creyó que podría proveerse del combustible que transportaba el vehículo y ganarse unos pesos.
“Yo estaba a unos 10 centímetros del camión con mi lata, y cuando abren la llave para llenarla de gasolina el carro se convirtió en una bola de candela”, recuerda.
Explicó que las llamas arroparon primero a su amigo James Carbonó, quien instintivamente lo abrazó.
“Sentí el ardor de la candela en todo el cuerpo, pero mi camiseta, que tenía impresa la frase ‘Conversa con Dios’, no se quemó”, agregó.
Ibáñez se arrojó en un charco de la Ciénaga Grande. Enseguida fue auxiliado y llevado con quemaduras de tercer y cuarto grado al Hospital San Cristóbal de Ciénaga. De allí lo remitieron a la Clínica Bahía, en Santa Marta, y luego a la Clínica Reina Catalina, en Barranquilla.
Le hicieron injertos de piel en brazos, piernas y orejas. Su convalecencia duró dos meses. “Fueron momentos muy duros, no quería vivir más”, dijo
Aseguró que un día le dieron un calmante y comenzó a ver en sueños a sus compañeros muertos que lo llamaban diciéndole que se rindiera.
“En ese momento un hombre vestido de blanco apareció y me dijo: mijo, no decaiga que usted va a vivir, y eso me llenó de fuerzas”.
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